“¡Cuán bella eres, amada mía! ¡Cuán bella eres!”. (Cantares 4:1).
La sulamita llegó a tener un corazón devoto escuchando y observando al rey, y recibiendo la devoción del rey hacia ella. La devoción no llega por esforzarnos o por comprometernos más. La devoción se produce cuando el gran Yo Soy nos dice
quién es Él, y lo que somos para Él.
En los capítulos 2 y 3, la sulamita ha sido desobediente al llamado del rey. Él se aleja, y, entonces, ella trata de encontrarlo. Cuando finalmente lo encuentra, las primeras palabras que él le dice son: “Eres hermosa, amiga mía”. ¡Qué sorpresa! La sulamita seguramente pensaba: “¡Me equivoqué tanto, y él me llama hermosa! Sin duda, me ama mucho”. Incontables son las ocasiones en que Él le muestra dulces actos de devoción y tiernamente le habla de la belleza que ve en ella. Esto hace que su corazón se llene de devoción por Él.
Oración intercesora
“Gran Yo Soy, dime quién soy para ti. Deseado de las naciones, haz que mis ojos vean tu devoción por mí. Haz que mis oídos oigan lo que piensas de mí, y haz que mi corazón sienta lo que tú sientes por mí.”
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